Desde Pikara Magazine se nos propone reflexionar sobre
cómo la vestimenta y la moda se inmiscuyen en la adolescencia, generando
así una generación de “niñas-adultas”.
Ilustración: Carmen Navarro
La vestimenta es un fenómeno cultural y
social que representa un modelo de vida, de moral, de conocimiento, de
intereses y de gustos. Cada cultura ha hecho una interpretación propia
de lo que es el crecimiento a través de la vestimenta y de la ropa que
se usa (especialmente en niñas y jovenes). Claro está que nuestra época
no es la excepción y por eso hoy nos gustaría analizar aquí qué de
nuestra sociedad y de nuestro concepto de crecimiento podemos entender a
través de la imagen.
¿Quién dijo que crecer era fácil?
¿Qué representa hoy en día para las sociedades occidentales el
crecimiento? ¿Qué es esperable, deseable y buscado en una niña que crece
y debe transformarse a sí misma en algo nuevo y distinto? ¿Cuáles son
las pautas que determinan cuándo una persona ha crecido y madurado
adecuadamente? Como todo fenómeno social, el crecimiento y el acto de
crecer son realidades complejas que difícilmente puedan ser explicadas
por completo. Sin embargo, mucho se puede decir si las pensamos a través
de la imagen de la mujer a través del tiempo histórico y del tiempo
personal.
A lo largo de la historia, el pasaje de
la niñez a la adultez fue entendido como un proceso bastante directo que
podía estar determinado por la edad pero principalmente por tradiciones
morales y costumbres como un casamiento y la formación de una nueva
familia. Para algunas comunidades, el paso de la niñez a la adultez
también implicaba la puesta en marcha de prácticas sexuales que
aseguraban la llegada a un mundo de responsabilidades y obligaciones que
cumplir. En la actualidad, son pocos los países de Occidente que
mantienen esta postura debido a la aparición y reconocimiento de aquello
que entendemos como adolescencia, esa etapa difícil de caracterizar
donde quienes fueron alguna vez niñxs empiezan a desarrollar nuevas
características y formas de ver la realidad que las rodea, comienzan
progresivamente a tomar responsabilidades, a madurar.
Pero a pesar de esto, es claro
que en el caso de las niñas se imponen, aún en sociedades consideradas
modernas y liberales, pautas de comportamiento, de belleza y de imagen
que asocian a quienes todavía son infantes y pre-adolescentes con
mujeres adultas en una percepción por demás confusa. El acto de
crecer sigue siendo repentino, brusco e irreal. Así, es común ver que
se combina con numerosas situaciones o circunstancias un doble discurso
en el que se obliga a las futuras mujeres a ser tiernas e inocentes pero
también sensuales, bellas y con cuerpos definidos, vestidas con tacos
altos, maquillaje y peinados complejos (es suficiente ver las
publicidades de productos direccionados a chicas jóvenes, los concursos
de belleza o de sensualidad, las ídolas “teen” y las famosas
desenfrenadas como Miley Cyrus y las otras ex-Disney).
Las modas y las tendencias de
ropa más urbana pensadas para las jóvenes y adolescentes imitan
fielmente la vestimenta de las mujeres adultas y llevan a quienes
todavía no tienen la capacidad de decidir demasiado en su vida a exponer
el cuerpo (que tampoco conocen demasiado todavía) de un modo irreal y
ficticio. ¿Cuántos ejemplos se nos pueden venir a la cabeza en
este momento? Muchos. La vestimenta veraniega, las pautas de vestimenta
en diversas situaciones del día, la manera en la que las niñas asisten
vestidas a fiestas y bailes con prendas que destapan cada vez más partes
de su cuerpo, son una clara muestra de algo que quizás debería
preocuparnos. En una época en la que se cometen tantos crímenes sexuales
y en la que la libertad de la mujer no está todavía asegurada del todo,
exponer a las niñas como cuerpos sexualizables cuándo aún no están
preparadas para ellos puede generar consecuencias graves. Estos
estándares de belleza que se difunden cada vez a menor edad se combinan
con una adolescencia que se estira cada vez más y esto demuestra que
aquella mentada y deseada madurez tarda mucho en llegar, tal vez porque
los procesos de realización personal, de construcción de la identidad
propia, de la sensación de libertad verdadera y de la satisfacción por
lo logrado tampoco son reales ni se dan de modo paulatino.
Sabemos (tal vez porque todos hemos
pasado por ella) que la adolescencia es tal vez una de las etapas más
difíciles y complejas de la vida: es cuando comenzamos a darnos cuenta
conscientemente de que estamos creciendo. En la búsqueda por crecer, son
muchas las niñas y jóvenes que imitan, copian, recrean modelos de
cuerpo, de mujer, de belleza, de estética que en otras épocas estaban
reservadas a la mujer adulta y que hoy han perdido definición. Los
problemas y desórdenes alimenticios son también en parte consecuencia de
esto ya que son muchas las chicas que son expuestas a exigencias
subliminales (y no tanto) respecto de cómo deben ser sus siluetas, cómo
deben llevar el pelo, cómo deben mostrar el cuerpo, qué ejemplos seguir y
qué hacer con una sexualidad que recién comienzan a descubrir. Nada es
casual y muchas veces los pasos apresurados y las falsas realidades son
difícilmente sostenibles en el tiempo.
El crecimiento es un proceso duro y
complicado, no vamos a decir que no. Genera muchas incertidumbres e
incluso mujeres adultas seguimos teniendo dudas, miedos y fantasías
respecto de lo que la vida nos deparará. Sin embargo, el crecer
con tiempo, con respecto hacia una misma, con la seguridad de que
nuestra identidad está construyéndose lenta pero firmemente, son las
cosas que nos pueden guiar en la vida hacia caminos de mayor
satisfacción, con plena autonomía y una autoestima más fuerte.
Crecer es aprender a perder y a ganar, a probar y a decidir, pero nunca
debe ser evitado o anulado, simplificado o impuesto con estéticas y
pautas de belleza que confundan y nos hagan dependientes de una imagen
irreal.